.comment-link {margin-left:.6em;}

entre sorrisos...

Minha foto
Nome:
Local: São Paulo, SP, Brazil

O homem mais sexy do mundo segundo a Revista People.

20 setembro 2007

En español todavía

Antes de voltar aos meus contos, deixo um soneto que arrisquei em espanhol.




Una sincera sonrisa

en un rostro cansado

es un rayo de alegria

en un dia ocupado

Una danza juntos

En la oscuridad y el ritmo

un hermoso dibujo

de un artista divino

Por poco no me pierdo

durante su sonrisa

en sus ojos me demoro,

unos segundos más

por su gentil mirada,

casi me enamoro

05 julho 2007

Cierra los ojos y escucha

(Mais uma versao em espanhol. Dessa vez de "Fecha os olhos e escuta")
Él amaba la vida. Caminaba sonriendo, brillando. Volvía para su casa, por la calle, en un día de sol. Sólo había dejado una caja con ropas viejas en la casa de su madre para que ella las donase y ya volvía para su casa. Caminando. Cuando se casó, eligió vivir con su esposa en un lugar cerca de sus padres. Por practicidad, tal vez un poco de dependencia. Pero, de verdad, vivir tan cerca de su madre lo ayudaba mucho. Con la ropa sucia, para planchar también, usando la doméstica de su madre, con los almuerzos y cenas en días de mucho cansacio y pereza de la pareja.

Su vida era buena y ahora él volvía para su casa pensando en eso. Pensando en cómo decir a su mujer como creía que la vida era buena. Pasó por algunos músicos, de esos que tocan en la calle. Tocaban alguna música clásica, erudita. No muy común para escucharse en la calle y muy agradable. Hasta lo inesperado era agradable en su vida. Vio un kiosco de flores y encontró su manera de decir a su esposa cómo la vida era buena. Eligió algunos claveles, su flor preferida. Eligió algunos blancos, el color preferido de su esposa. Arregló un sencillo y lindo bouquet y recibió un clavel blanco más, de regalo. Continuaba la vuelta para su casa, muy contento. Con el bouquet, cuidadosamente guardado en una mano y el clavel suelto, despreocupadamente alegre en la otra.
Llegó a la puerta de su casa. Una habitación de pensión, con un buen alquiler y buenos vecinos. Lugar antiguo y encantador. Con problemas en la cañería, en la luz, en el cielorraso, pero todo ideal para los recién-casados. Subía los tres pisos de la escalera, como de costumbre. Pensando en su esposa, como de costumbre. Contento que podría alegrar a su esposa con el sencillo regalo. Contento por tener algo en cambio por el rico almuerzo que ella estaba haciendo en ese sábado de sol. Contento porque había ganado un lindo clavel blanco de regalo de la señorita de las flores y ya se imaginaba, poniendo el clavel para adornar el pelo de su mujer. Tan contento que ni sintió el olor de gas que ya salía por debajo de la puerta y así no presintió cuando una enorme explosión tiró la puerta de su casa lejos.
Él vio una grande y repentina claridad, enseguida vino un ruido increíble, un calor muy fuerte. Entonces él no vio nada más, no oyó nada más y despertó horas después. En una cama de hospital.
Abrió los ojos, percibió que estaba acostado, en un lugar extraño. Parados, uno de cada lado, estaban un hombre de blanco, el médico y una joven señorita, su hermana. Ellos estaban serios, su hermana no era del tipo serio. Ellos hablaban, sin notar su conciencia. El se quedó atento a la conversación. Entonces ambos notaron que se había despertado. Pararon de hablar. Raro, él no había escuchado nada de lo que hablaron. No lograba oír nada, en verdad. No importaba ahora, estaba muy cansado para escuchar cualquier cosa. Volvió a dormir.
Le llevó un tiempo hasta entender lo que querían decirle. Solamente cuando su madre le escribió en un papel que la explosión le había hecho un agujero en sus dos tímpanos, él entendió. Le llevó unos días hasta darse cuenta lo que era estar sordo. Había más malas noticias en las notas que le escribía. Así, en realidad, ni siquiera pensaba que ahora estaba sordo. No notaba, no le importaba. El ni consideraba eso un hecho. Era como si, sencillamente, hubiera elegido no escuchar más a nadie. No quería, no necesitaba más oír. Él se cerraba en sus pensamientos, sus recuerdos. Recuerdos era todo lo que se podría considerar como sus pensamientos ahora. No había más ideas, no había más análisis. No había más reconocimiento, preocupación en oír y entender, en hablar y ser entendido. El vivía en sus memorias. Y era feliz así ahora. Pero no había más sonrisas en su felicidad.
No trabajaba más ahora, no tenía ninguna tarea, no tenía más casa. Volvió a la casa de su madre, a su cuarto de niño. Paseaba gran parte del día, volvía para comer y dormir. Un día se acostó antes del almuerzo para su único nuevo hábito. Saca uno clavel blanco de un de los muchos bouquets de claveles que ha comprado regularmente, lo pone sobre su pecho y cierra los ojos. Y empieza a oír la agradable música que oyó en el día que su vida explotó. Pero luego abre los ojos y pospone su rutina. Hay lugares mejores para vivir. El mejor de ellos sí, es su memoria, pero el aún elige cuidadosamente donde descansar su cuerpo mientras vive en sus recuerdos.
Baja para la cocina para almorzar, sus padres siempre observándolo. Él ni se preocupa más en cambiar miradas con ellos. Come muy rápido y sale para la calle. Ya fuera de casa, saca el clavel blanco del bolsillo y camina hasta el parque, brincando distraídamente con una flor no muy alegre. En el parque, busca un espacio abierto en el césped, alejado a todo y a todos a su alrededor. Es un buen lugar para su nuevo hábito de vivir. Pone el clavel sobre el pecho, cierra los ojos y escucha. Escucha aquella música agradable. Se acuerda del día asoleado, de la felicidad de volver a su casa, con una sonrisa en el rostro. De entrar en la pensión, subir las escaleras. Se acuerda de cuando salió de casa aquel día. Su mujer separando las ropas para que él las llevase para la casa de su madre y empezando a preparar el almuerzo. Preparando algo en la cocina, apagando el fuego, mientras decía algo sobre esperar que él llegara para que no se enfriara la comida. Él abre los ojos, no escucha más la música, hace una pausa en su nueva vida que eligió. Hay otro lugar en que él necesita vivir ahora.
Camina serio y triste, en esa entrevida que es ese tiempo que él pasa de ojos abiertos sin escuchar nada. Apenas caminando de un lado al otro, comiendo, haciendo cosas necesarias para su supervivencia, pero dispensables en su vivencia. Llega al próximo lugar que eligió para vivir. Se acuesta, deja el clavel blanco a su lado, cierra los ojos y escucha. Escucha la agradable música y recuerda cómo les gustaba su nueva casa. Todo era lindo y antiguo, todo era encanto, no había problemas. Hasta la maltratada cocina y la manguera vieja de la garrafa de gas. Nunca había pasado por sus cabezas que algo de malo les podría pasar en aquella casa. La esposa ya había cocinado tantas veces en aquella cocina. De vez en cuando se olvidaba el gas abierto, pero nada serio. Tal vez por eso ni le había se importado cuando sintió el olor de gas en la cocina. Y, despreocupadamente, encendió el fósforo, como siempre. Pero esta vez no era una hornalla de la cocina que estaba perdiendo gas, era el gas de la manguera rota que llenaba la pequeña y cerrada cocina. Aquello mató a su esposa, pero también a él. Él dejó de vivir en el mundo y pasó a vivir en su memoria.
Estaba acostado sobre la sepultura de su esposa y en aquel momento percibió que encontraba su lugar en el mundo. Era allí que debería dejar su cuerpo para vivir. No necesitaría más caminar, volver para casa para comer o dormir, no tendría más ninguno de esos intervalos en su vida. Oiría para siempre aquella música agradable, viviría para siempre su felicidad sin sonrisas. Estaba bien allí. Vivía ahora en el mismo lugar que su esposa, en el mundo y en la memoria. Para siempre. Era eso que quería cuando se casó. Era feliz ahora, solamente no sonreía más.

07 junho 2007

Los tres ciclistas

(versão em Espanhol de "Os três ciclistas")

Un hombre andaba en bicicleta por la calle concurrida y agitada. Estaba apurado, andaba rápido y necesitaba eludir todo el tiempo a las personas. La calle estaba llena y quieta el transito, pasaban muchos motoqueros por los corredores que dejaban los autos, tenia que ir por la vereda mismo. Mientras andaba, callado y concentrado, seguía pensando, sin decir una palabra:
“Quince minutos hasta que lo banco cierre, necesito ir rápido y la calle esta llena, voy a tener que tener cuidado”. El arrancó concentrado, decidido. No podría atrasarse, podría perder el empleo. Delante de el una mujer no lo veía llegando por detrás de ella y en la dirección contraria un hombre de uniforme percibió la situación y se abrió para dejarlo pasar entre los dos. “Bien, el muchacho se abrió para que yo pasara, no necesité diminuir, buena persona ese muchacho. Y muy experto por notar a tiempo”.
Enseguida un grupo de chicos volviendo de la escuela, ocupaban toda la vereda y ni quien viniera caminando tenía por donde pasar. “Hmmm... creo que voy a tener que ir para la calle un rato”. Pasó por una bajada de un garaje, adelantó el grupo, volvió para la vereda luego enseguida donde había una estación de servicio, porque ya venían dos motoqueros inmediatamente atrás. “Qué bueno que era en la escuela, cuando yo podía volver para casa despreocupado así, nada importaba y yo apenas notaba lo que pasaba a mi alrededor”.
El todavía estaba lejos del banco y el tiempo corría. Dos lindas chicas con ropas muy cortas hablaban enfrente de una casa. “Carajo, bien que yo podría tener algún tiempo ahora, ahn? Uau, qué hermosas. No sabría ni a cual de las dos cargarme”. Pasó por las dos y ellas ni se dieran cuenta.
Ahora estaba complicado. Debería ser inscripción de concurso porque había mucha gente desparramada en la vereda enfrente a un edificio del gobierno. “Putz, ¿dónde surgió ese montón de gente? Creo que puedo pasar por allí... no, por la calle, no, acá tampoco. Bueno, voy a tener que bajar de la bike mismo”. El bajó de la bicicleta, fue caminando con ella a su lado, evitando a las personas, hasta pasar por toda la muchedumbre. Subió de nuevo y siguió apurado.
Estaba a una esquina del banco, la vereda estaba libre ahora, el iba muy rápido. Pero, imprudentemente, dobló la esquina sin mirar. Del otro lado venía una señora de unos setenta años, caminando despacio. Al dar de cara con la señora, el se asustó, desvió por reflejo, pero el brazo derecho del manillar agarró el asa de la cartera de la señora. La rozó solamente. “¡Carajo, qué mierda yo hice!”. Casi perdió el equilibrio, paró luego adelante para no caerse y miró para atrás. “Ah, por lo menos solamente la rozó en la cartera, no pasó nada. Casi, uou. Ni se cayo la cartera, todo bien. ¡Carajo, estoy apurado, necesito ir!”. Subió en la bicicleta nuevamente y dio una acelerada de media cuadra y alcanzó el banco aún abierto.

Un segundo hombre andaba en bicicleta por la calle concurrida y agitada. Estaba apurado, andaba rápido y necesitaba eludir todo el tiempo a las personas. La calle estaba llena y quieta el transito, pasaban muchos motoqueros por los corredores que dejaban los autos, tenia que ir por la vereda mismo. Mientras andaba, callado y concentrado, seguía pensando, sin decir una palabra:
“Diez minutos hasta que el banco cierre, necesito ir rápido”. El arrancó concentrado, decidido. No podría atrasarse, podría perder el empleo. Delante de el una mujer no lo veía llegando por detrás de ella y en la dirección contraria un hombre de uniforme percibió la situación y se abrió para dejarlo pasar entre los dos. “Así va a darme el tiempo”. Enseguida un grupo de chicos volviendo de la escuela, ocupaban toda la vereda y ni quien viniera caminando tenía por donde pasar. “¿Y ahora? ¿Qué hago?”. Pasó por una bajada de un garaje, adelantó el grupo, volvió para la vereda luego enseguida donde había una estación de servicio, porque ya venían dos motoqueros inmediatamente atrás. “Que bueno que abrió un poco el transito, estoy en el tiempo justo, voy a lograr llegar”.
El todavía estaba lejos del banco y el tiempo corría. Dos lindas chicas con ropas muy cortas hablaban enfrente de una casa. “Qué bueno es no tener nada o que hacer no, mija?”. Pasó por las dos y ellas ni se dieran cuenta.
Ahora estaba complicado. Debería ser inscripción de concurso porque había mucha gente desparramada en la vereda enfrente a un edificio del gobierno. “Mierda, ahora se complicó. Mejor bajar de una vez y desviar de este pueblo, ya que me sobra un poco de tiempo”. El bajó de la bicicleta, fue caminando con ella a su lado, evitando a las personas, hasta pasar por toda la muchedumbre. Subió de nuevo y siguió apurado.
Estaba a una esquina del banco, la vereda estaba libre ahora, el iba muy rápido. Pero, imprudentemente, dobló la esquina sin mirar. Del otro lado venía una señora de unos setenta años, caminando despacio. Al dar de cara con la señora, el se asustó, desvió por reflejo, pero el brazo derecho del manillar agarró el asa de la cartera de la señora. La rozó solamente. “¡Ufa! Pasé”. Continuó su paso rápidamente, siquiera miró para tras. “¿Por qué nadie abre espacio, no se dan cuenta que yo estoy apurado?”. Dio una acelerada de media cuadra y alcanzó el banco aún abierto.

El tercero hombre andaba en bicicleta por la calle concurrida y agitada. Estaba apurado, andaba rápido y necesitaba eludir todo el tiempo a las personas. La calle estaba llena y quieta el transito, pasaban muchos motoqueros por los corredores que dejaban los autos, tenia que ir por la vereda mismo. Mientras andaba, callado y concentrado, seguía pensando, sin decir una palabra:
“Cinco minutos hasta que el banco cierre, jefe imbécil, hace la cagada y yo tengo que arreglarla”. El arrancó concentrado, decidido. No podría atrasarse, podría perder el empleo. Delante de el una mujer no lo veía llegando por detrás de ella y en la dirección contraria un hombre de uniforme percibió la situación y se abrió para dejarlo pasar entre los dos. “Sí, abra espacio mismo si no yo paso por encima, otário”.Enseguida un grupo de chicos volviendo de la escuela, ocupaban toda la vereda y ni quien viniera caminando tenía por donde pasar. “Manga de mocosos atorrantes, ¿no tienen nada más para hacer no? Desubicados, ¡ocupan la vereda toda!”. Pasó por una bajada de un garaje, adelantó el grupo, volvió para la vereda luego enseguida donde había una estación de servicio, porque ya venían dos motoqueros inmediatamente atrás. “¡Imbéciles! Si no estuviera el tránsito justo abierto un rato, yo iría a pegarles a esos chicos”.
El todavía estaba lejos del banco y el tiempo corría. Dos lindas chicas con ropas muy cortas hablaban enfrente de una casa. “¡Putas! ¿Eso es ropa para usar en la calle? Apuesto que están allí para levantarse al primer atorrante que aparezca”. Pasó por las dos y ellas ni se dieran cuenta.
Ahora estaba complicado. Debería ser inscripción de concurso porque había mucha gente desparramada en la vereda enfrente a un edificio del gobierno. “¿Que mierda es esa? ¿Por que esa gente no hace una cola derecho y deja espacio para quien tiene cosas que hacer? Voy a pasar por el medio de ellos y ellos que se jodán. Mierda, es mucha gente, y no hay por donde pasar en la calle. ¡Puta madre, voy a tener que pasar caminando!”. El bajó de la bicicleta, fue caminando con ella a su lado, evitando a las personas, hasta pasar por toda la muchedumbre. Subió de nuevo y siguió apurado. “¡Este pueblo imbécil me jodió!”
Estaba a una esquina del banco, la vereda estaba libre ahora, el iba muy rápido. Pero, bien en la esquina, una señora de unos setenta años miraba para el otro lado, rezongando, parecía que estaba reclamando a alguien que ya estaba lejos. En el momento en que el tercer ciclista pasaba al su lado, ella se dio vuelta de repente y el brazo derecho del manillar de la bicicleta enganchó en la asa de la cartera y la rompió. La cartera se abrió y se esparció todo por la calle. La señora perdió el equilibrio y cayó sentada. El muchacho de la bicicleta dobló la roda, cayó y golpeó su hombro en una columna y se raspó el rostro. “¡Puta que lo parió, vieja maldita! ¿Quien dobla para atrás, así, de pronto, en una esquina?”. El se levantó, miró la bicicleta, toda doblada. Pasó su mano por el rostro, no estaba sangrando, pero estaba ardiendo. El hombro dolía, pero lograba moverlo. Miró adelante, el banco ya estaba cerrado. “¡MIERDA! ¡No agarré el banco abierto! Ahora estoy jodido. Esa vieja… ¡cuánta gente imbécil hay en esta ciudad!”. La señora estaba sentada en el piso, pero parecía bien. Las cosas de la cartera, todas desparramadas. “Mira mi bicicleta toda rota. Putz... mira la pobre vieja imbécil. Ni siquiera sabe lo que pasó.”. Entonces él fue hasta la señora, la ayudó a levantarse y empezó a recoger las cosas de la cartera en el piso. La señora sonrió, agradeció, pidió perdón por haberse puesto en su camino. El tercer ciclista sonrió, una sonrisa bien amarilla, se disculpó también. “Pobre vieja”. Agarró su bicicleta rota y agarró el camino de vuelta, con la bicicleta en el hombro, resignado.

Un niño vio todo desde el lado de adentro de una vidriera de una tienda que quedaba justo en aquella esquina, mientras esperaba por su padre. Al llegar y ver toda aquella confusión: un muchacho con la bicicleta rota y una señora con la cartera rasgada, el padre preguntó:
“¿Qué pasó, hijo?”
“Tres hombres en bicicleta pasaran y chocaran con la viejita, papá. Pero solo ese último paró y ayudó. Y él fue el único que se lastimó, coitado. Él es el más gente.”.

14 outubro 2006

Descartável longa vida

Quando tudo começa, nos planejam muitas coisas e muito tempo para que tudo aconteça. Nós nem temos consciência ainda e as estatísticas já sabem mais da nossa expectativa de vida do que nós mesmos. Enquanto as nossas expectativas de vida giram em torno de um colo e um berço, a oficial gira em torno dos setenta anos. Idade, poucos meses. Expectativa de vida, setenta anos. Assim começo a justificativa da minha existência. E seu fim.
Logo alguns poucos anos de sinceridade passam e passamos a fingir não mais querer as coisas a que recorremos nos momentos difíceis. Naqueles primeiros anos, quando somos honestos e diretos, choramos por aquilo que mais precisamos no momento. Seja leite, colo, sono ou uma bunda limpa. Mas logo depois dos tais primeiros anos, somos ensinados a não reclamar por tudo o que queremos. Nem sequer pedir. E finalmente aprendemos a renegar algumas coisas até que seja insuportável a sua falta. E foi por isso que você fez o que fez.
Desde o primeiro dia te amei. Amiga de amigos, sempre a conheci de vista, e nessa vista te amei à primeira. Naturalmente um dia você virou minha amiga de primeiro grau e passamos tempos e momentos juntos até você me amar. E a partir desse dia, me renegou. Por motivos que não importam aqui como não importavam na época, você não me queria como seu amor.
Dias sem me ver, sem pensar em mim, vivia sua vida tranqüila com a segurança inconsciente de ter um refúgio no coração que sofria para te acolher. Teve amigos, parceiros, paixões e um amor. Namorados, amantes e um amor. A todos você deu mais tempo e menos confiança do que a mim. Mais dedicação e menos carinho. Você nunca se preocupou em cultivar as relações, por isso apenas a minha sobreviveu. Ficou em mim um carinho petrificado, um fóssil de amor eterno. Mas que sempre correspondia quando você pedia refúgio.
Das vezes em que renegou o meu querer, a que mais doeu foi quando amou outro homem. Ele era ingênuo e se permitiu também lhe amar. Com ele você foi natural e honesta em seu amor como era em nossa amizade. Penso agora se teria bastado se seu amor viesse antes de nossa amizade, se assim estaríamos juntos. Caso tivesse lhe oferecido a sedução e não a cumplicidade, teríamos um futuro nesse presente? Caso tivesse despertado seu amor antes do seu carinho, teria nosso amor durado em chama e não em carvão? Caso eu quisesse seu corpo antes da sua alma, estaríamos presos hoje pela mão e não pela intenção?
Mas como de costume, você não se preocupou em cultivar o seu amor por aquele homem. Julgou ser fato o que era opinião. Julgou ser instituição o que era circunstância. Julgou ser luz do sol o que era luz da fogueira. E deixou o amor morrer. E o homem que você amou, tinha a sorte e a coragem de deixar de te amar. Talvez por isso você o tenha amado, talvez por isso você tenha sofrido. Por isso que doeu tanto, ele foi o único homem por quem você sofreu. Em sua vida você beijou tantos, abraçou tantos, com tantos teve paixão, com dois teve amor e com um apenas teve sofrimento. Percebi então que preferia seu sofrimento ao seu carinho.
Seu sofrimento diz que você havia perdido algo importante. Seu sofrimento elevava o seu amor por ele acima do meu. A coragem desse homem de dispensar o seu amor, tornou seu amor por ele maior. Eu, em minha covardia, nunca vou poder igualar essa importância inatingível por outros meios que não o da falta. Nunca conseguiria dispensar sua companhia, nem mesmo que assim superasse esse rancor corrosivo de ser seu segundo amor em importância. Nessa oposição terrível e inevitável da vida, o que mais me suporta é o que mais me machuca. Por isso dói tanto o sofrimento que vejo em você por outro homem. Outro amor eu poderia suportar. Mas que outro homem seja motivo de sua desgraça, me mostra, com a nitidez que o lamento nos traz, que eu giro em torno de uma estrela presa na órbita de outro astro, maior em sua dignidade e gravidade.
Mas mesmo nesse momento de inveja e rancor, pude reconhecer meu lugar e minha função e te acolher em seu desassossego. Cuidei de você, enxuguei suas lágrimas, te abracei com tanto amor, que achei que ele era suficiente para nós dois. Mas como das outras vezes, antes e depois, seu amor relapso prevaleceu. Você se curou e eu voltei a sentir sua falta. Você se foi e eu voltei a ficar em modo de espera. De esperar as dificuldades da sua vida lhe trazerem até o meu conforto. Passei a vida assim, orando para que tudo estivesse bem com você, mas vivendo pelos momentos em que sua única saída era recorrer ao meu amor. Torcendo para que você caminhasse sempre para frente, mas vivendo pelos momentos que eu tinha que lhe levantar.
Assim se passaram os anos de minha vida, um sub-produto da sua. Eras de espera para minutos de amor autruísta. Mil auroras para uma alvorada. Mil paixões dispensadas para um amor cultivado.
Vivi assim, nesse amor do sacrifício e da certeza. Aceitei as suas ausências por entender as razões que regem o amor sublime. Como o bebê que renega o colo, até que o chão esteja quente demais para andar. Como o adolescente que renega o abraço da mãe, até que a catapora o impeça de abraçar qualquer outro. Como o irmão que renega o amor fraterno, até a morte dos pais. Como tudo o que é ingênuo, o amor sublime é inconsciente. Assim você me usou, como esse alimento que não estraga e por isso pode ser esquecido até o momento em que a fome voltar.
Agora tenho já setenta anos e você acaba de morrer. Não morreu em meus braços, mas também essa é a única queda que eu não poderia lhe levantar. Como eu não seria útil como de todas as outra vez, você não me procurou. E por isso te entendo, te perdôo, como sempre fiz. Mas agora já não tenho a quem cuidar, meu amor antes tão generoso, agora vai se tornar egoísta, pois não tem mais os momentos de socorro pelo qual vivia. Nunca vivi à sua memória, mas sempre à espera da próxima necessidade. Vivi para te ajudar, com esse amor que não estraga, sempre te esperando. Agora esse amor acabou e o que sobrou não tem mais utilidade. Tudo o que restou, tudo o que sou, é um recipiente vazio e seco. Sem dono, nem uso. Por isso tenho esse revólver em minha mão, pronto a disparar uma bala em minha cabeça. Faço jus à minha vida, acabando com ela. Minha morte, pelas minhas próprias mãos, nada mais é do que coerência à tudo o que sempre acreditei. Existi para o amor e atendi aos seus chamados. Sempre. Certo. Agora tudo o que restou já serviu ao seu propósito. E assim, chego ao dia de conciliar as minhas expectativas com as das estatísticas oficiais. Expectativa de vida, setenta anos. Sem mais utilidade, meu destino é o lixo. Adeus.

09 setembro 2006

O homem que jogou a bomba

Todo dia aquele pensamento aparecia no exato momento em que saía para a rua. Algo estava errado no modo como ele sentia, via, encarava o mundo. Dentro de casa era um refúgio, uma solidão, apenas momentos de silêncio, e assim, de sinceridade. Mas no momento em que via o mundo girando, se perdia. Não sabia o que deveria sentir, não sabe o que deveria fazer, o que deveria pensar. Muitos tentavam dizer a ele como ser e agir, mas ele não mais dava crédito. Já não era mais feliz. Foram bons os anos em que foi feliz apenas com o orgulho próprio por seu trabalho. Foram poucos os meses em que foi feliz apenas correspondendo ao que lhe pediam.
Esses foram aqueles primeiros meses após o fim da guerra. Sua missão solitária e bem-sucedida, foi chamada de heróica. E assim ele acreditou por algum tempo. Veterano do exército, exímio em suas capacidades técnicas, cego e determinado em sua obediência hierárquica. Cumpriu sua missão, soltou uma bomba de milhões de dólares, no principal centro urbano, capital política e estratégica do inimigo e ainda consegui volta a salvo. Depois de matar dois milhões de vidas, conseguiu salvar a sua. Um herói. Um único homem acabara com a guerra.
Voltou para casa apenas com o sentimento do dever cumprido, mas foi recebido como ídolo e exemplo. Recebeu homenagens, festas e prêmios. Recebeu flashes, perguntas e galanteios. Recebeu jornalistas, fãs e declarações. Recebeu tanto que se assustou. Nunca foi um homem de vaidades. Ficava feliz do reconhecimento à sua carreira, mas esse sendo seu único orgulho, tratou de o mais rápido possível voltar ao que fazia mais sentido, sua carreira. Cargo de prestígio e pouco trabalho, pediu que fosse fora de seu país. Nas homenagens, queria as medalhas, não as festas. Queria a saudação do presidente, não o seu discurso inteiro. Então passaram-se os meses de fama e vieram os anos de orgulho.
Mais dez anos trabalhou com dedicação e compromisso ao seu exército. Não precisava mais agir como lhe pediam, tinha a felicidade da pessoa realizada. Satisfeito com sua performance durante a vida que lhe foi oferecida. Os que eram próximos admiravam seus feitos e sua conduta. Sua mulher lhe queria bem. Seu filho o idolatrava, virou diplomata e morava em um longínquo país. Mas tudo bem, tinha orgulho dele e da imagem e dos ensinamentos que lhe passara. Nesses anos foi genuinamente feliz e não havia dúvidas em sua vida. Então se aposentou. E a rotina com alguém que amava foi minando suas ilusões.
Vivia numa boa casa, com sua mulher, numa vizinhança tranqüila, onde todos sabiam de seu passado heróico e o respeitavam por isso, mas não mais do que respeitavam qualquer outro vizinho gentil e honesto. Passavam muito tempo dentro de casa, convivendo, conversando, observando e amando sua mulher. Não foi nada do que ela disse especifica ou diretamente, nem mesmo insinuara ou nenhuma postura diante de assuntos próximos. Mas observando sua mulher e ele começou a se arrepender de ter tirado cada uma das milhões de vidas cumprindo sua missão.
Não chegava nem a contestar, julgar justos ou não os motivos. Na verdade, nem passava pela sua cabeça os motivos que levaram seu exército e sua nação e mandá-lo para aquela missão e acabar com a guerra. Não se preocupava em imaginar porque tantas pessoas, muitas pessoas boas e sensatas, tinham orgulho e aprovavam o que ela havia feito, do modo que ele havia feito. Não importavam os motivos, ele agora sentia o peso de ter acabado com a historia de tantas pessoas.
Sua mulher foi a única pessoa que o amou do modo mais puro e profundo. Mesmo seu filho o tinha mais como uma imagem do que como uma pessoa. Sua mulher o conhecia bem, gostava dele pelo modo como agia, como sentia e como era. Mas ela nunca o considerou errado como ele mesmo se considerava agora. Ela nunca o julgou como ele mesmo se julgava agora. Por isso não entendia porque olhava sua mulher e via arrependimento. Isso o incomodou por um tempo. Até o dia em que não tinha mais dúvidas que estava profundamente arrependido de ter assassinado milhões de pessoas. Quando assumiu isso, passou a ter em sua casa então o único lugar do mundo onde tinha paz. Lá havia alguém que o admirava pelo que ele era antes de jogar a bomba. E só. Era abrir a porta e não sabia mais como lidar com o mundo.
Tudo o que os outros conheciam dele era fruto de algo que ele não queria ter feito. Saia de casa e entrava num mundo de névoas e pessoas sem rosto. Ouvia e repetia frases sem sentido, sem motivo ou sinceridade. Não havia intenção alguma em qualquer coisa que fazia. Não havia mais vontade nas obrigações do dia-a-dia. Fazia o que sabia que tinha que fazer para manter sua casa funcionando como sempre e nada mais. Era gentil com as pessoas, para que elas continuassem sendo gentis. Não queria problemas, não queria novidades, não queria aprofundar relações, nem boas ou más surpresas. Queria apenas voltar para casa. O que faz um homem quando percebe que não teve vida? Não se considerava uma mentira, era pior que isso. Se considerava uma verdade dos outros. Ou seja, não existia. Não que ela tenha fingido ser algo que não era. Ele simplesmente foi algo que não era ele. Sua vida parou no momento em que jogou a bomba e então o mundo roubou sua vida. E agora que através de sua mulher ele a havia achado de novo, ele não tinha mais a energia para viver. Ao menos não fora de sua casa. Como tantos outros que vivem no cotidiano do mundo, era homem de verdade apenas dentro sua casa, quando o amor sincero de uma mulher o fazia como tal. Mas percebia e assumia isso apenas agora, já no fim da vida. Era um homem de caráter e que conhecia as armadilhas óbvias da vida. Fugiu da vaidade, da fama, da bajulação, do seu próprio ego. Mas ao querer afirmar seu caráter, confundiu o quer era o certo para todos com o que ele era de fato. Correspondeu a todos, inclusive à sua mulher, mas não ao homem que ela amava.

23 agosto 2006

O homem que sabia que ia ganhar na loteria

Nasceu, cresceu, estudou e descobriu que ganharia na loteria. Foi num dia qualquer que descobriu. “Um dia vou ganhar na loteria e preciso me preparar para isso”. E começou sua vida de preparação.
Cada passo dado era pensado considerando o que o prepararia melhor para usar o dinheiro que ele ia ganhar. A descoberta foi logo antes do vestibular, o que foi muito bom, pois ele estava na dúvida entre medicina e educação física. Então escolheu Economia, afinal precisava entender de finanças para saber o que fazer com tanto dinheiro que teria que cuidar. A faculdade passou normalmente, sabia que não seria ali que ganharia, sabia que teria que estar mais maduro. Fez estágio em bancos, financeiras, fundos de investimentos e até em uma casa de câmbio, para se familiarizar com Euros e Dólares. Era muito dinheiro para ficar tudo em Real.
Gastava bem, não economizava, vivia bem. Sabia que não precisava guardar dinheiro para o futuro. Logo se formou e percebeu: a partir de agora, poderia ganhar na loteria a qualquer momento, então entrou num estado de alerta permanente. Ficou com o emprego no fundo de investimento. Lugar ideal para quem um dia teria muito dinheiro.
Ele já tinha toda uma rotina para jogar. Só jogava quando o prêmio acumulasse para mais de dez milhões. Não valia a pena gastar seu destino em um milhão ou dois. Quando o prêmio chegava a trinta, quarenta milhões, ficava ansioso. Imagina. Além do que ele já havia feito todos os planos para o seu dinheiro, e se fosse menos de dez milhões não daria certo.
Não era ganancioso, tinha apenas aceito o destino de que ganharia na loteria. Assim seus planos eram bem autruistas. Para si, guardaria dois milhões. Investiria em fundo conservador, de renda fixa. E viveria dessa renda. A trataria como um salário, não poderia gastar além do que esses vinte mil por mês pudessem pagar. Viveria bem, seria rico, mas não poderia gastar um milhão em um Ferrari, por exemplo, mesmo que tivesse esse um milhão sobrando. Com essas recomendações também daria dois milhões aos pais e dois à irmã. Ainda decidiu, como ninguém é de ferro, que a família toda teria um milhão para dividir em luxos. Com isso teria sete milhões para sustentar ele e a família pela vida toda. E todo o resto ele doaria para instituições filantrópicas, ONGs, fundações. Por isso não queria ganhar menos de dez milhões. Doar três milhões era o mínimo que considera viável em seus planos. Já tinha até pensado em algumas das entidades que ajudaria. Não queria ajudar muitas entidades, dando pouco para cada uma. Escolheria duas, três, não muito mais e doaria milhões para cada. Escolheu algumas com bons projetos, grandes, significativas e eficientes. Talvez não doasse tudo de cara, guardasse por cinco, dez, trinta anos até achar que era a hora de doar. Talvez fundasse ele mesmo uma instituição com bons projetos. Talvez até investisse esse dinheiro, comprasse uma boa idéia ou uma nova empresa com boas perspectivas. Mas todo lucro que fosse gerado fora dos sete milhões iniciais, continuaria sendo para ser doado. Já havia até decidido por guardar o dinheiro em contas separadas. Aliás, seu plano incluía três contas. Uma com o dinheiro das doações, que ele preferia chamar de “Investimento Social”, outra com os dois milhões que lhe gerariam renda, que seriam intocáveis e outra que receberia a renda-salário, que seria a conta que ele movimentaria no dia-a-dia. Estava tudo planejado.
A todos tratava com a confiança e segurança de quem não tem nada a temer na vida. Era bom com todos, voluntarioso nos empréstimos, pois sabia que aquele dinheiro não lhe faria falta a longo prazo, mesmo que fizesse na hora. Por conta disso vivia sem nenhum luxo e pouco conforto, bem menos do que poderia se dar direito com o salário que recebia. Todo o dinheiro que recebia ficava entre parentes, amigos, vizinhos, conhecidos de conhecidos de parentes distantes. Muitos empréstimos a fundo perdido, doações, presentes, ajudas. Assim atraiu alguns parasitas, mas não se importava. Havia um primo do interior que se mudou para a capital, praticamente às custas dele. Pedia dinheiro tão freqüente e regularmente que ele logo decidiu pagar ele mesmo o aluguel, diretamente com o proprietário. Fora empréstimos um pouco maiores de tempos em tempos, que o primo chamava de investimentos, pois vivia de ter idéias mirabolantes de como ganhar dinheiro pro resto da vida, só precisando de um pequeno capital para começar. O primo não era má pessoa, mas era preguiçoso, metido a esperto e um tanto folgado. Por isso sempre pensava que teria que dar um salário para o primo, pura e simplesmente pela praticidade e conveniência. Mas isso não incomodava, sempre soube lidar bem com as pessoas. Pessoas de bem ou de mal. Tinha muita consciência e planejamento do uso do seu dinheiro. Não era ingênuo ou burro, sabia reconhecer trambiqueiros e tinha experiência em lidar com dinheiro, transferências, contratos, procurações e bancos. Sabia que o dinheiro que ganharia teria exatamente o destino que planejara.
Pensava muito também na sua vida amorosa. Ele esperava conhecer a mulher da sua vida antes de ganhar na loteria. Não só pelo receio de que algum mulher o iludisse de olho no dinheiro, mas também, e principalmente, porque sonhava no dia em que diria para a mulher, acostumada com sua vida de classe média, que havia ganho na loteria. De surpresa, a levaria para jantar no restaurante mais caro, com limusine, jóias e luxos. Uma noite de luxo, uma noite de mais de cinco mil reais. Para só no fim da noite dizer porque queria e podia gastar tanto. Sonhava com o dinheiro e como ele faria feliz as pessoas à sua volta.
Assim vivia bem. Não tinha dinheiro, não tinha grandes realizações, mas era tranqüilo, seguro e feliz. Anos passaram e a certeza não diminuía. Fez boa carreira, sabia muito bem aplicar grandes somas de dinheiro e virou queridinho de bilionários que eram clientes do fundo que trabalhava, assim virou queridinho do chefe também. Subiu bastante na empresa, multiplicou seu salário e continuava pobre. Vivia no mesmo apartamento pequeno, comia nos mesmos restaurantes por quilo, freqüentava os mesmo programas culturais gratuitos. A única diferença era que agora ajudava muito mais gente, a única diferença era que agora fazia diferença na vida de muito mais gente.
Casou, teve filhos, poucos. Esperava o prêmio da loteria para poder sustentar todos que pretendia ter. Nunca contou à mulher que iria ganhar na loteria. Ainda sonhava com a noite especial em que contaria isso à ela. Assim, de ano em ano, a aposentadoria chegou. Finalmente entendera, a aposentadoria era o momento ideal para ganhar na loteria. Maduro, grande conhecimento acumulado e tempo livre. Talvez por perceber isso tenha aposentado tão cedo, logo na primeira oportunidade. Continuava jogando apenas nos prêmios acumulados, mas, já estável, com os pais já falecidos, mudou seus planos. Agora noventa por cento do dinheiro seria para a conta do investimento social. Talvez até cem porcento, afinal a aposentadoria lhe era suficiente, em seu tímido modo de vida.
Quando chegava aos oitenta anos, sua certeza no prêmio da loteria mais firme do que nunca, adoeceu. Uma doença no sangue, sem cura. Alguns meses viveu feliz, mas com uma pequena lamentação do azar que teve, morrendo antes de ganhar na loteria.

19 agosto 2006

Eu me calo nessas palavras

Não foi para te dizer
Como eu gosto de você
Que te escrevo minha fuga
Desse momento de luta
Só por medo de te ver
Aqui te obrigo a me ler
Com cada palavra muda
É claro que não me escuta
Sofro minha covardia
Me orgulha essa tristeza
É meu pão de cada dia
Se você correspondesse
Perderia toda beleza
No momento que eu morresse